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Plató: la filosofia/es

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Sócrates. --Se cuenta de Tales que, absorto en la astronomía y mientras contemplaba el cielo, cayó en un pozo y que una criada tracia muy graciosa se burló de él, diciéndole que quería saber lo que pasaba en el cielo y no veía lo que estaba delante de sus pies. Esta burla puede aplicarse a todos los que emplean su vida en filosofar. En efecto, un filósofo no sólo no sabe lo que hace su vecino, sino que además ignora casi si es un hombre u otro tipo de animal. En cambio, investiga y se esfuerza en descubrir qué es el hombre, y qué caracteres distinguen su naturaleza de las demás por la acción y la pasión. ¿Me comprendes o no, Teodoro?

Teodoro. --Sí, Sócrates, y dices la verdad.

--Así es este hombre, amigo mío, en la vida privada; y así es también en la vida pública. Cuando se ve obligado a hablar ante los tribunales o en algún otro lugar de las cosas que están ante él y en sus propio ojos, es el hazmerreír no sólo de las esclavas de Tracia, sino de todo el pueblo. Su falta de experiencia le hace caer a cada paso en el pozo de Tales y en mil perplejidades, y su torpeza le hace pasar por tonto. Si le profieren insultos, no puede devolverlos, por no saber nada malo de nadie ni haber pensado nunca en ello; y al quedarse cortado, aparece ridículo. Cuando oye a los otros alabarse, como lo ven reír no con fingimiento sino de verdad, lo toman por un extravagante. Si ante él se elogia a un tirano o a un rey, se cree que está oyendo exaltar la suerte de algún pastor, porquerizo o boyero porque obtiene mucha leche de su rebaño; tan sólo piensa que los reyes tienen que apacentar y ordeñar un ganado más difícil y más falso; que por otra parte no son ni menos groseros ni menos ignorantes que los pastores, a causa del poco tiempo que tienen para instruirse, encerrados en unas murallas como en un cercado en la cima de una montaña. Si en su presencia se dice que un hombre posee inmensas riquezas porque tiene mil fanegas de tierra, o más aún, le parece muy poco, porque está acostumbrado a considerar la tierra entera. Si los que admiran la nobleza dicen que un hombre es bien nacido porque puede ostentar siete antepasados ricos, piensa que tales elogios salen de gentes que tienen la vista muy baja y corta y no están acostumbrados a abarcar la sucesión de los siglos ni calcular que cada uno de nosotros tiene miles de antepasados entre los que se hallan una infinidad de ricos y de pobres, de reyes y de esclavos, de griegos y de bárbaros. [...] En todas estas ocasiones, el vulgo se burla del filósofo, que unas veces le aparece lleno de orgullo y de grandeza, y otras veces ciego en lo que está a sus pies y confundido en todo.

--Hay que reconocerlo así, Sócrates.

--Pero, querido Teodoro, cuando la filosofía a su vez puede arrastrar a uno de estos hombres hacia la alturas y éste consiente en dejar de lado la cuestión «¿Qué injusticia te hago o qué injusticia me haces?», para examinar la justicia y la injusticia en sí mismas, su esencia, el carácter que las distingue a la una de la otra y todo lo demás; o bien en dejar de lado la cuestión «Si el rey es feliz con sus montones de oro», para examinar la realeza, y en general lo que produce la felicidad o la infelicidad del hombre, para ver en qué consisten lo uno y lo otro, y de qué modo hay que buscar la primera y evitar la segunda; cuando este hombre, cuya alma es pequeña, ruda y quisquillosa, debe explicarse todo esto, entonces le toca a él balbucear. Suspendido en el aire, y no estando habituado a ver las cosas desde tan alto, su cabeza le da vueltas; está asombrado, confundido; no sabe lo que dice, y es el hazmerreír, no de las esclavas de Tracia y de los ignorantes, porque éstos de nada se enteran, sino de todos aquellos que no han recibido una educación de esclavos. Éste es, Teodoro, el carácter del uno y del otro. El primero, al que tú llamas filósofo, elevado en el seno de la libertad y del ocio, no considera un deshonor pasar por un hombre tonto y que no sirve para nada cuando debe realizar ciertos trabajos serviles, por ejemplo arreglar un equipaje, y sazonar unos alimentos o unas frases. El otro por el contrario es hábil para realizar todos estos menesteres con destreza y prontitud; pero, como no sabe llevar su manto sobre la espalda derecha como un hombre libre, es incapaz de elevarse hasta la armonía de los discursos y cantar dignamente la verdadera vida de los dioses y de los hombres bienaventurados.

--Si pudieses persuadir a todos los demás como a mí de la verdad de lo que dices, Sócrates, habría más paz y menos males entre los hombres.

--Pero no es posible, Teodoro, que se destruya el mal, pues siempre necesariamente habrá un contrario del bien. Tampoco es posible colocarlo entre los dioses. Por tanto es necesario que circule por este mundo alrededor de la naturaleza mortal. Pero se impone un esfuerzo: escaparse lo más de prisa posible de aquí abajo hacia allá arriba. Y la evasión consiste en asimilarse a Dios tanto como sea posible; y nos asimilamos a Dios haciéndonos justos y santos en la claridad del espíritu. Pero, querido amigo, no es cosa fácil de persuadir el que no debemos buscar la virtud y huir del vicio por el motivo común de los hombres: este motivo es evitar la reputación de malvado y pasar por virtuoso. Todo ello, a mi parecer, no son más que cuentos de viejas como dicen. La verdadera razón es ésta. Dios no es de ninguna manera injusto; al contrario. es perfectamente justo; y nada se le parece más que aquel de entre nosotros que ha llegado al más alto grado de justicia. De ahí depende el verdadero mérito del hombre, o su bajeza y su nulidad. Quien conoce a Dios es verdaderamente sabio y virtuoso; quien no lo conoce es evidentemente ignorante y malo. Y en cuanto a las cualidades que el vulgo llama talentos y sabiduría, en el gobierno político no hacen más que tiranos, y en las artes, mercenarios. Así pues, al hombre injusto que ofende la piedad en sus palabras y en sus acciones, no debe concedérsele que sea temible por su astucia. Porque es un reproche que halaga su vanidad; y se persuaden de que con ello se quiere decir que no es una persona despreciable, una carga inútil de la tierra. sino un hombre tal como debe ser para sacar provecho de esta vida. Hay que decirles, lo que es verdad, que cuanto menos creen ser lo que son, más lo son, en su ignorancia deplorable del verdadero castigo de la injusticia. Este castigo no es el que imaginan, los suplicios, la muerte, de los que consiguen sustraerse aunque obren mal; sino que es un castigo al que les es imposible escapar.

--¿Cuál es?

--En la naturaleza de las cosas, querido Teodoro, hay dos modelos, uno divino y bienaventurado, el otro sin Dios y desgraciado. Ellos no se lo figuran, y el exceso de su locura les impide darse cuenta de que sus acciones injustas los acercan al segundo y los alejan del primero. Su castigo es su misma vida, conforme al modelo que ellos han escogido imitar. Y si les decimos que, a menos que renuncien a esta destreza, después de su muerte se verán excluidos de la mansión libre de todo mal, y que durante su vida no tendrán otra compañía que la que conviene a sus costumbres, la de hombres tan malos como ellos, estas gentes tan hábiles y capaces de todo considerarán nuestras palabras extravagantes.

--Es muy cierto, Sócrates.

--Sí, querido amigo, pero mira lo que les ocurre. Cuando en una conversación se les obliga a que se expliquen sobre las cosas que desprecian, por poco tiempo que quieran sostener la discusión y no abandonar vergonzosamente la partida, se encuentran al fin en un extremo apuro. Nada de lo que dicen les satisface, y toda esta retórica se desvanece hasta el punto que se les tomaría por unos niños. Pero dejemos este tema, que no es más que un preliminar, si no las digresiones, trabadas sin cesar la una tras la otra, nos harán perder de vista el tema principal de esta conversación. Volvamos a él, si te parece.