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Leibniz, G.W.: la durada i les seves maneres simples/es

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Filaletes.-La duración se corresponde con la extensión. Y una parte de la duración, en la cual no percibimos ninguna sucesión de ideas, es lo que llamamos un instante.

Teófilo.-Creo que esta definición del instante debe estar basada en una concepción vulgar, como la noción vulgar del punto. Pues tomados en rigor, el punto y el instante no son partes del tiempo o del espacio, ni tampoco tienen partes. Son únicamente extremos.

Filaletes.-La idea de duración no nos viene dada por medio del movimiento, sino por una sucesión constante de ideas.


Teófilo.-Una sucesión de percepciones despierta en nosotros la idea de duración, pero no la constituye. Nuestras percepciones nunca tienen una sucesión lo suficientemente constante y regular como para responder a la del tiempo, que es un continuo uniforme y simple, como una línea recta. La modificación de percepciones nos proporciona la oportunidad de pensar en el tiempo, y mediante cambios uniformes lo podemos medir: pero aun cuando en la naturaleza no existiese nada uniforme, no por ello el tiempo dejaría de estar determinado, así como el lugar tampoco dejaría de estar determinado aunque no hubiese ningún cuerpo fijo o inmóvil. Ocurre, sin embargo, que, conociendo las leyes de los movimientos disformes, siempre resulta posible reducirlos a movimientos uniformes inteligibles, y mediante ello prever lo que sucederá con los movimientos diferentes cuando se les considere conjuntamente. En ese sentido el tiempo es la medida del movimiento, es decir, el movimiento uniforme es la medida del movimiento disforme.

Filaletes .-No se puede saber con seguridad que dos partes de duración sean iguales; y hay que reconocer que tampoco las observaciones pueden lograr otra cosa que aproximaciones. Tras una investigación muy minuciosa se ha descubierto que, efectivamente, existen desigualdades en las revoluciones diurnas del sol, y tampoco sabemos si las revoluciones anuales no van a resultar también desiguales.

Teófilo. -El péndulo nos ha permitido ver y captar la desigualdad de los días entre uno y otro mediodía: solem dicere falsum audet. También es cierto que esto ya era sabido, y que esta desigualdad tiene sus leyes. En cuanto a la revolución anual, que compensa las desigualdades de los días solares, podría ir cambiando a lo largo del tiempo. Por el momento, nuestra mejor medida es la rotación de la tierra en torno a su eje, vulgarmente atribuida al primer móvil, y los relojes nos sirven para dividirla en partes. Sin embargo, la propia rotación diaria puede cambiar a lo largo del tiempo: y si alguna pirámide pudiese perdurar lo bastante, o si volviésemos a construir pirámides nuevas, podríamos darnos cuenta de ello, con sólo conservar en ellas la longitud de determinados péndulos que en la actualidad oscilan un número conocido de veces durante dicha rotación: asimismo podríamos conocer en alguna manera cuáles habían sido los cambios, comparando esa rotación con otras, como las de los satélites de Júpiter, pues no existen indicios de que, caso de existir cambios en unas y en otras, vayan a tener que ser proporcionales.

Filaletes.-Nuestra medida del tiempo sería más exacta si pudiésemos conservar un día ya pasado para compararlo con los días por venir, como se conservan las medidas espaciales.

Teófilo.-En lugar de eso nos vemos circunscritos a observar y mantener los cuerpos que se mueven más o menos según tiempos iguales. Por otra parte, tampoco podemos afirmar que una medida espacial, como, por ejemplo, una vara de madera o metal, se mantenga perfectamente igual a sí misma.

Filaletes.-Pero ya que todos los hombres miden evidentemente el tiempo mediante el movimiento de los cuerpos celestes, resulta muy extraño que se siga definiendo al tiempo como la medida del movimiento.

Teófilo. -Acabo de decir cómo hay que entender eso. También es verdad que Aristóteles dice que el tiempo es el número, y no ya la medida del movimiento. Y en efecto, se puede afirmar que la duración nos es conocida por el número de movimientos periódicos iguales, uno de los cuales empieza cuando termina el otro, como, por ejemplo, tantísimas rotaciones de la tierra o de los astros.

Filaletes.-Sin embargo, muchas veces nos anticipamos a esas rotaciones; decir que Abraham nació el año 2712 del período juliano es hablar tan ininteligiblemente como si se contase desde el comienzo del mundo, aunque se suponga que el período juliano comenzó varios siglos antes de que existiesen los días, las noches y años caracterizados por medio de alguna revolución del sol.

Teófilo.-Ese vacío, que resulta concebible tanto en el tiempo como en el espacio, nos indica que el tiempo y el espacio sirven igual para los seres posibles que para los existentes. Además, entre todos los procedimientos cronológicos, el menos indicado consiste en contar los años desde el comienzo del mundo, aun cuando sólo fuese por las grandes diferencias que hay entre los Setenta y el texto hebreo, sin mencionar otras razones.

Filaletes.-El comienzo del movimiento puede ser concebido, pero no así el de la duración, considerada en toda su amplitud. Asimismo al cuerpo se le pueden atribuir límites, pero respecto al espacio ello no es posible.

Teófilo.-Por eso acabo de afirmar que el tiempo y el espacio enmarcan seres posibles, más allá de la suposición de las existencias. El tiempo y el espacio poseen el carácter de verdades eternas que contemplan por igual lo posible y lo existente.

Filaletes.-En efecto, la idea de tiempo y de eternidad provienen de la misma fuente, pues nuestro espíritu puede añadir magnitudes de duración cualesquiera las unas a las otras, y ello tantas veces como queramos.

Teófilo.-Mas para deducir de eso la noción de eternidad es necesario concebir además que sigan existiendo las mismas causas para seguir adelante. Esta consideración de las causas perfecciona la noción de infinito o indefinido en cuanto a los progresos posibles. Por eso los sentidos, por sí solos, no bastan para elaborar esas nociones. En el fondo se puede afirmar que la idea de absoluto es anterior, en la naturaleza de las cosas, a los límites que posteriormente se le asignan, aunque no nos demos cuenta de su existencia más que empezando por aquello que es limitado y que impresiona nuestros sentidos.