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Laín Entralgo, Pedro: la consciència, fenomen còsmic/es

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[...] ¿de qué modo es fenómeno cósmico la conciencia?

Radicalmente lo es –pienso yo que lo es– porque, considerado el Todo del cosmos como natura naturans, y su realidad última como dinamismo evolutivamente configurador de estructuras dinámicas, primero no vivientes y luego vivientes, dotadas todas ellas de propiedades estructurales específicas, y cada una esencialmente irreductible a las anteriores e insuficiente para explicar la novedad de las subsiguientes, necesariamente me veo conducido a pensar que la conciencia es una expresión evolutiva del dinamismo cósmico, estructural y ascendentemente realizada como conciencia bioquímica en los protozoos, como conciencia neural múltiplemente diversificada en los metazoos dotados de sistema nervioso, y como conciencia neural y personal de la realidad del mundo y de la realidad de cada persona en la especie humana. Según lo cual, la conciencia humana no es una consecuencia de la actividad consciente de un alma espiritual, como afirman los dualistas, ni el epifenómeno de la actividad de un sistema biológico-molecular, como enseñan los materialistas al uso, sino la diversa, pero unificable expresión del radical dinamismo de la natura naturansque es el Todo del cosmos, cuando en su evolución –como ha sucedido en la superficie de nuestro planeta y acaso también en otros astros de la Vía Láctea o de otras galaxias– ha llegado al nivel estructural de la vida animal y, esto es lo que ahora importa, al nivel de la vida humana.

Según esto, ¿quién o qué es consciente en esa humanamente cósmica actividad del Todo del universo? ¿Quién o qué se percata conscientemente de la realidad del mundo y de sí mismo? Descartadas la respuesta dualista y la materialista, la mía se halla integrada por las siguientes tesis:

1ª. El acto consciente tiene su ejecutor inmediato en la estructura dinámica, a la postre cósmica, que denominarnos hombre in genere o realidad humana, y más concretamente en la porción cerebral de esa estructura. A condición, eso sí, de que entendamos la actividad neuropsicológica con arreglo a la sensata advertencia del neurofisiólogo P. S. Rose tan bien comentada entre nosotros por F. Mora: «Estados bioquímicos especiales se corresponden con aspectos de la conducta también especiales, no porque la bioquímica sea causa de la conducta, sino porque es la conducta vista según un diferente nivel del análisis y queda expresada en un lenguaje también diferente. Conexiones sinápticas modificadas no son causa de la memoria, son la memoria. El disparo de las neuronas del hipotálamo y de otras regiones del cerebro no es causa del hambre, es el hambre». Sentencia que deberían tener y no tienen en cuenta F. Crick, uno de los pioneros en la neurobiología de la conciencia, y J. R. Searle, tan esperanzado en las posibilidades de las neurociencias para dar razón total del presunto «enigma» de la actividad consciente.

2º. Ciertamente, la realidad de una realidad natural –su conocimiento de lo real no como «fenómeno», sino como «cosa en sí», diría Kant– siempre tendrá un fondo enigmático para la inteligencia humana; muy bien lo saben los científicos y los filósofos capaces de distinguir lo factible y lo utópico, sin mengua de valorar debidamente el papel de la utopía en la vida humana. Pero con esta reserva me atrevo a pensar que con mi propuesta se llega más al fondo de lo que como actividad humana y cósmica es la conciencia del hombre.

He aquí mi fórmula: como la molécula del benceno, más allá de su evidente condición material, es dinamismo cósmico bencénicamente estructurado, y como es dinamismo cósmico amebianamente estructurado la realidad de la ameba, dinamismo cósmico humanamente estructurado es, en lo más hondo y originario de ella, la realidad somatopsíquica y personal del hombre; estructura –hoy por hoy, la de más alto nivel biológico y metafisico en la evolución del universo–, cuyas propiedades constitutivas son las notas de la conducta humana [...]. ¿Quién es el titular último de la actividad consciente? me preguntaba yo. A mi juicio, la respuesta debe ser esta: en la conciencia puramente animal, de la ameba al chimpancé, el Todo del cosmos se hace perceptor de sí mismo y de su medio a través de la actividad receptiva de las estructuras zoológicas, donde quiera que éstas existan; y en la conciencia del animal humano, también donde quiera y como quiera que exista, ese Todo se hace consciente de sí mismo entendido ahora, más allá de Lachelier, como pensée qui se pense, esto es, como natura naturans estructurante y evolutiva.

Con un sensacional acierto cosmológico, poético y religioso, San Francisco de Asís llamó «hermano» al Sol, «hermano» al lobo y «hermana» al agua. Si hoy viviese, ¿pensaría que una idea del hombre basada en su radical condición cósmica es el mejor fundamento de esa fraternidad universal de las criaturas del cosmos que él proclamó? ¿Aceptaría como tesis antropológica la afirmación de que la génesis cósmica y la conducta del hombre no requieren, para ser satisfactoriamente explicadas, la intervención de un alma espiritual individualmente creada, y que en modo alguno son una excepción de la pauta que preside y determina la aparición de especies vivientes nuevas, la selección natural? Me atrevo a pensar que sí.