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Aristòtil: els principis/es

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En cuanto a los principios, la discusión de algunas dificultades preliminares nos enseñará claramente cómo llegamos a conocerlos y cuál es el hábito que los distingue.

Ya hemos dicho anteriormente que no es posible saber mediante demostración sin conocer los primeros principios inmediatos. Pero pueden suscitarse cuestiones en cuanto al conocimiento de estos principios inmediatos. Se podría preguntar no sólo si este conocimiento es, o no, de la misma especie que la ciencia demostrativa, sino además si hay, o no, ciencia en cada uno de estos casos. O aún si sólo hay ciencia para las conclusiones, mientras que para los principios habría otra clase de conocimiento. Por último, si los hábitos que nos hacen conocer los principios no son innatos sino adquiridos, o bien si son innatos pero al principio latentes.

Pero es un absurdo que poseamos los principios de este último modo. Porque tendríamos conocimientos más exactos que la demostración, y los ignoraríamos. Pero si los adquirimos sin poseerlos anteriormente, ¿cómo podríamos conocerlos y saberlos sin partir de un conocimiento previo? Es imposible, igual que hemos indicado para la demostración. Así pues, es claro que no podemos tener el conocimiento innato de los principios, y que los principios tampoco pueden formarse en nosotros si no tenemos ningún conocimiento ni hábito de ellos. Es pues necesario que poseamos algún poder [de adquirirlos] pero sin que este poder sea superior en exactitud al conocimiento mismo de los principios.

Ahora bien, evidentemente es éste un género de conocimiento que se halla en todos los animales, ya que poseen un poder innato de discernimiento al que llamamos sensibilidad. Pero, aunque la sensibilidad sea innata en todos los animales, en algunos se produce una persistencia del objeto percibido, persistencia que no se produce en otro. De este modo, en los animales en que no tiene lugar esta persistencia, no hay ningún conocimiento más allá de la sensación actual, al menos para los objetos de los que no conservan impresión alguna. Al contrario, los animales en los que se produce esta persistencia retienen los datos sensibles en el alma. Y cuando esta persistencia se repite muchas veces, se presenta otra diferencia: en algunos se forma una noción (logos) a partir de ella, y en otros no. Así de la sensación viene el recuerdo, como ya hemos dicho, y del recuerdo muchas veces repetido de una misma cosa viene la experiencia, porque una multiplicidad numérica de recuerdos constituye una sola experiencia. A su vez de la experiencia, o de lo universal en total reposo en el alma como una unidad aparte de la multiplicidad y que es una e idéntica en todos los sujetos particulares, viene el principio del arte y de la ciencia, del arte por lo que concierne al devenir y de la ciencia por lo que concierne al ser.

Estos hábitos no son pues innatos en nosotros distintamente, y no proceden tampoco de otros principios más conocidos, sino de la sensación. Lo mismo que en una batalla, en medio del desorden, al detenerse un soldado, se detiene otro, y después otro, hasta que el ejército ha vuelto a su orden primitivo. El alma es de tal naturaleza que puede experimentar algo parecido.

Hemos ya tratado este punto, pero como no lo hemos hechode un modo bastante claro, lo repetiremos. Cuando uno de los datos sensibles indiferenciados se detiene, en el alma se produce un primer universal; pues, aunque el objeto percibido sea un individuo,la sensación es de lo universal: del hombre, por ejemplo, y no del hombre Callias. Después se produce una segunda detención entre estos primeros universales, después otra, hasta que se detienen por último las nociones indivisibles y propiamente universales: por ejemplo [primero se tiene la idea] de tal animal, después del animal y así sucesivamente.

Por tanto es evidente que es necesariamente la inducción la que nos hace conocer los principios, porque de este modo la sensación misma produce lo universal en nosotros. En cuanto a los hábitos del pensamiento por los que conocemos la verdad, puesto que los unos son verdaderos y los otros son susceptibles de error, como la opinión y el razonamiento, mientras que la ciencia y la inteligencia son por el contrario siempre verdaderas; puesto que, por otra parte. ningún género de conocimiento es más exacto que la ciencia sino es la intelección, puesto que los principios son más cognoscibles que las demostraciones, mientras que toda ciencia se hace con el razonamiento; de ello resulta que de los principios no habrá ciencia. Y puesto que ningún género de conocimiento puede ser más verdadero que la ciencia, si no es la inteligencia, es la inteligencia la que aprehenderá los principios. Esto resulta no solamente de las consideraciones precedentes, sino también del hecho de que el principio de demostración no constituye él mismo una demostración, ni por tanto una ciencia lo será de ciencia. Así pues, si nosotros no poseemos aparte de la ciencia ningún otro género de conocimiento verdadero, hemos de afirmar que es la inteligencia la que será el principio de la ciencia. Y la inteligencia es el principio del principio, del mismo modo que la ciencia se conduce respecto de toda cosa.