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Ortega: cada vida és un punt de vista

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La revisió el 09:44, 17 set 2016 per Sofibot (discussió | contribucions) (adding es)

Text original editat en castellà.


Desde distintos puntos de vista, dos hombres miran el mismo paisaje. Sin embargo, no ven lo mismo. La distinta situación hace que el paisaje se organice ante ambos de distinta manera. Lo que para uno ocupa el primer término y acusa con vigor todos sus detalles, para el otro se halla en el último y queda oscuro y borroso. Además, como las cosas puestas unas detrás de otras se ocultan en todo o en parte, cada uno de ellos percibirá porciones del paisaje que al otro no llegan. ¿Tendría sentido que cada cual declarase falso el paisaje ajeno? Evidentemente, no; tan real es el uno como el otro. Pero tampoco tendría sentido que puestos de acuerdo, en vista de no coincidir sus paisajes, los juzgasen ilusorios. Esto supondría que hay un tercer paisaje auténtico, el cual no se halla sometido a las mismas condiciones que los otros dos. Ahora bien, ese paisaje arquetipo no existe ni puede existir. La realidad cósmica es tal, que sólo puede ser vista bajo una determinada perspectiva. La perspectiva en uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación, es su organización. Una realidad que vista desde cualquier punto resultase siempre idéntica es un concepto absurdo.

Lo que acontece con la visión corpórea se cumple igualmente en todo lo demás. Todo conocimiento lo es desde un punto de vista determinado. La species aeternitatis, de Spinoza, el punto de vista ubicuo, absoluto, no existe propiamente: es un punto de vista ficticio y abstracto. No dudamos de su utilidad instrumental para ciertos menesteres del conocimiento; pero es preciso no olvidar que desde él no se ve lo real. El punto de vista abstracto sólo proporciona abstracciones.

Esta manera de pensar lleva a una reforma radical de la filosofía y, lo que importa más, de nuestra sensación cósmica.

Cada vida es un punto de vista sobre el universo. En rigor, lo que ella ve no lo puede ver otra. Cada individuo -persona, pueblo, época- es un órgano insustituible para la conquista de la verdad. He aquí cómo ésta, que por sí misma es ajena a las variaciones históricas, adquiere una dimensión vital. Sin el desarrollo, el cambio perpetuo y la inagotable aventura que constituyen la vida, el universo, la omnímoda verdad, quedaría ignorado.

El error inveterado consistía en suponer que la realidad tenía por sí misma, e independientemente del punto de vista que sobre ella se tomara, una fisonomía propia. Pensando así, claro está, toda visión de ella desde un punto determinado no coincidiría con ese su aspecto absoluto y, por tanto, sería falsa. Pero es el caso que la realidad, como un paisaje, tiene infinitas perspectivas, todas ellas igualmente verídicas y auténticas. La sola perspectiva falsa es esa que pretende ser la única. Dicho de otra manera: lo falso es la utopía, la verdad no localizada, vista desde «lugar ninguno». El utopista -y esto ha sido en esencia el racionalismo- es el que más yerra, porque es el hombre que no se conserva fiel a su punto de vista, que deserta de su puesto.

Hasta ahora, la filosofía ha sido siempre utópica. Por eso pretendía cada sistema valer para todos los tiempos y para todos los hombres. Exenta de la dimensión vital, histórica, perspectivista, hacía una y otra vez vanamente su gesto definitivo. La doctrina del punto de vista exige, en cambio, que dentro del sistema vaya articulada la perspectiva vital de que ha emanado, permitiendo así su articulación con otros sistemas futuros o exóticos. La razón pura tiene que ser sustituida por una razón vital, donde aquélla se localice y adquiera movilidad y fuerza de transformación.


Text traduït al català (Traducció automàtica pendent de revisió).


Des de diferents punts de vista, dos homes miren el mateix paisatge. No obstant això, no veuen el mateix. La diferent situació fa que el paisatge s'organitzi davant tots dos de diferent manera. El que per a un ocupa el primer terme i acusa amb vigor tots els seus detalls, per a l'altre es troba en l'últim i queda fosc i borrós. A més, com les coses posades unes darrere d'unes altres s'oculten en tot o en part, cadascun d'ells percebrà porcions del paisatge que a l'altre no arriben. Tindria sentit que cadascú declarés fals el paisatge aliè? Evidentment, no; tan real és l'un com l'altre. Però tampoc tindria sentit que posats d'acord, en vista de no coincidir els seus paisatges, els jutgessin il·lusoris. Això suposaria que hi ha un tercer paisatge autèntic, el qual no es troba sotmès a les mateixes condicions que els altres dos. Ara bé, aquest paisatge arquetip no existeix ni pot existir. La realitat còsmica és tal, que només pot ser vista sota una determinada perspectiva. La perspectiva en un dels components de la realitat. Lluny de ser la seva deformació, és la seva organització. Una realitat que vista des de qualsevol punt resultés sempre idèntica és un concepte absurd.

El que esdevé amb la visió corpòria es compleix igualment en tot la resta. Tot coneixement ho és des d'un punt de vista determinat. La species aeternitatis, de Spinoza, el punt de vista ubic, absolut, no existeix pròpiament: és un punt de vista fictici i abstracte. No dubtem de la seva utilitat instrumental per a certs menesters del coneixement; però cal no oblidar que des d'ell no es veu el real. El punt de vista abstracte només proporciona abstraccions.

Aquesta manera de pensar porta a una reforma radical de la filosofia i, la qual cosa importa més, de la nostra sensació còsmica.

Cada vida és un punt de vista sobre l'univers. En rigor, la qual cosa ella veu no ho pot veure una altra. Cada individu -persona, poble, època- és un òrgan insubstituïble per a la conquesta de la veritat. Heus aquí com aquesta, que per si mateixa és aliena a les variacions històriques, adquireix una dimensió vital. Sense el desenvolupament, el canvi perpetu i la inesgotable aventura que constitueixen la vida, l'univers, l'omnímoda veritat, quedaria ignorat.

L'error inveterat consistia a suposar que la realitat tenia per si mateixa, i independentment del punt de vista que sobre ella es prengués, una fisonomia pròpia. Pensant així, és clar, tota visió d'ella des d'un punt determinat no coincidiria amb aquest el seu aspecte absolut i, per tant, seria falsa. Però és el cas que la realitat, com un paisatge, té infinites perspectives, totes elles igualment verídiques i autèntiques. La sola perspectiva falsa és aquesta que pretén ser l'única. Dit d'una altra manera: el fals és la utopia, la veritat no localitzada, vista des de «lloc cap». L'utopista -i això ha estat en essència el racionalisme- és el que més erra, perquè és l'home que no es conserva fidel al seu punt de vista, que deserta del seu lloc.

Fins ara, la filosofia ha estat sempre utòpica. Per això pretenia cada sistema valer per a tots els temps i per a tots els homes. Eximeix de la dimensió vital, històrica, perspectivista, feia una vegada i una altra vanament el seu gest definitiu. La doctrina del punt de vista exigeix, en canvi, que dins del sistema vagi articulada la perspectiva vital que ha emanat, permetent així la seva articulació amb altres sistemes futurs o exòtics. La raó pura ha de ser substituïda per una raó vital, on aquella es localitzi i adquireixi mobilitat i força de transformació.

El tema de nuestro tiempo, en «Obras completas», vol. III, Revista de Occidente, Madrid 1966-69, p. 199-201.

Original en castellà

Desde distintos puntos de vista, dos hombres miran el mismo paisaje. Sin embargo, no ven lo mismo. La distinta situación hace que el paisaje se organice ante ambos de distinta manera. Lo que para uno ocupa el primer término y acusa con vigor todos sus detalles, para el otro se halla en el último y queda oscuro y borroso. Además, como las cosas puestas unas detrás de otras se ocultan en todo o en parte, cada uno de ellos percibirá porciones del paisaje que al otro no llegan. ¿Tendría sentido que cada cual declarase falso el paisaje ajeno? Evidentemente, no; tan real es el uno como el otro. Pero tampoco tendría sentido que puestos de acuerdo, en vista de no coincidir sus paisajes, los juzgasen ilusorios. Esto supondría que hay un tercer paisaje auténtico, el cual no se halla sometido a las mismas condiciones que los otros dos. Ahora bien, ese paisaje arquetipo no existe ni puede existir. La realidad cósmica es tal, que sólo puede ser vista bajo una determinada perspectiva. La perspectiva en uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación, es su organización. Una realidad que vista desde cualquier punto resultase siempre idéntica es un concepto absurdo.

Lo que acontece con la visión corpórea se cumple igualmente en todo lo demás. Todo conocimiento lo es desde un punto de vista determinado. La species aeternitatis, de Spinoza, el punto de vista ubicuo, absoluto, no existe propiamente: es un punto de vista ficticio y abstracto. No dudamos de su utilidad instrumental para ciertos menesteres del conocimiento; pero es preciso no olvidar que desde él no se ve lo real. El punto de vista abstracto sólo proporciona abstracciones.

Esta manera de pensar lleva a una reforma radical de la filosofía y, lo que importa más, de nuestra sensación cósmica.

Cada vida es un punto de vista sobre el universo. En rigor, lo que ella ve no lo puede ver otra. Cada individuo –persona, pueblo, época– es un órgano insustituible para la conquista de la verdad. He aquí cómo ésta, que por sí misma es ajena a las variaciones históricas, adquiere una dimensión vital. Sin el desarrollo, el cambio perpetuo y la inagotable aventura que constituyen la vida, el universo, la omnímoda verdad, quedaría ignorado.

El error inveterado consistía en suponer que la realidad tenía por sí misma, e independientemente del punto de vista que sobre ella se tomara, una fisonomía propia. Pensando así, claro está, toda visión de ella desde un punto determinado no coincidiría con ese su aspecto absoluto y, por tanto, sería falsa. Pero es el caso que la realidad, como un paisaje, tiene infinitas perspectivas, todas ellas igualmente verídicas y auténticas. La sola perspectiva falsa es esa que pretende ser la única. Dicho de otra manera: lo falso es la utopía, la verdad no localizada, vista desde «lugar ninguno». El utopista –y esto ha sido en esencia el racionalismo– es el que más yerra, porque es el hombre que no se conserva fiel a su punto de vista, que deserta de su puesto.

Hasta ahora, la filosofía ha sido siempre utópica. Por eso pretendía cada sistema valer para todos los tiempos y para todos los hombres. Exenta de la dimensión vital, histórica, perspectivista, hacía una y otra vez vanamente su gesto definitivo. La doctrina del punto de vista exige, en cambio, que dentro del sistema vaya articulada la perspectiva vital de que ha emanado, permitiendo así su articulación con otros sistemas futuros o exóticos. La razón pura tiene que ser sustituida por una razón vital, donde aquélla se localice y adquiera movilidad y fuerza de transformación.