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Lledó: l'existencialisme/es

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No es extraño que una corriente importante de la filosofía en la primera mitad del siglo XX, el existencialismo, tomase como tema preferente de sus especulaciones la situación concreta del hombre en este período. En la filosofía de Martin Heidegger (1889), y aunque propugnase por liberarla del calificativo existencialista, resuenan insistentemente temas como: el sentido del ser, la muerte, la angustia, la nada, el abandono, el fracaso, la finitud, la culpa. El telón de fondo sobre el que se destaca este «nihilismo teórico» es la Europa asolada por las guerras que una burguesía culpable intenta, más o menos conscientemente, justificar. Por supuesto que el pensamiento heideggeriano enlaza, según los intérpretes usuales, con una tradición metafísica; pero es indudable que sus especulaciones, a pesar de ese aspecto técnico y oscuro, enmascaran el verdadero rostro de su mensaje. El pensamiento de Heidegger es, por ello, un ejemplo clarísimo del sentido, función y contenido de la filosofía, de su «estar en el mundo» y nutrirse de él, aunque de manera parcial y arbitraria. Para bien o para mal, su ideología filosófica es, como afirmaba György Lukács, «el sueño de un burgués entre dos guerras», y en lo más recóndito de su pensamiento puede entreverse deformada, desesperanzada y pesimista, una imagen del hombre que hacía juego con la desesperanza y el pesimismo que se requería para aceptar, con himnos de Friedrich Hölderlin (1770-1843) en las mochilas, no la muerte especulativa y necesaria del Ser y tiempo (1927), sino la muerte en los campos de batalla. En un conocido ensayo, Heidegger comentaba el «¿Para qué, poetas?» de Hölderlin; el lema que servía de arranque a su especulación podía reflejar con claridad lo que subyacía en toda su filosofía: ¿por qué, el hombre?, ¿para qué, la vida? Efectivamente, reconocer desde las complicadas y líricas exudaciones de sus páginas que el hombre era un «ser para la muerte», aparte de una posible resignación, no hacía más que servir de preparación metafísica al descalabro. Una vez más, la filosofía se hace intérprete de la vida, conciencia de su tiempo; pero no conciencia crítica y creadora, sino reflexión impotente que, al no enfrentarse con un proyecto de realidad distinto, asume el fracaso en una traducción filosófica de lo que estaba pasando en la historia.

Es curioso que, por los años cincuenta, la filosofía de Heidegger fuese una moda en España, sobre todo entre estudiantes que se rebelaban ante la pobre filosofía escolástica que se les «impartía» en las universidades y entre ciertos intelectuales inconformistas que, sin duda de buena fe, sentían que los mitos metafísicos heideggerianos podían establecer un cierto contacto con su propia frustración y soledad.

La filosofía existencialista se mueve dentro del modelo yo-libertad-historia anteriormente reseñado; pero en lugar del yo creador y, en parte racional, se encuentra un individuo sin importancia colectiva, como comentará Jean-Paul Sartre (1905) en La Náusea. Este individuo que lanza su proyecto vital tropieza continuamente con el absurdo. El campo de la libertad se le abre tanto que pierde los límites entre los cuales esta libertad tiene sentido. Esa pérdida de límites no es el dominio conquistado por la libertad de cada combate, sino el encuentro con la negación infinita. La libertad sobre la que teorizaban los idealistas alemanes del romanticismo (Johann G. Fichte, 1762-1814, y Georg W.F. Hegel, 1770-1831) y que realizaban los políticos de la Revolución francesa, en esta versión del existencialismo queda convertida en una teoría de la «nada», trasunto teórico de las ciudades arrasadas, de la anulación violenta de la existencia. Efectivamente, la circunstancia bélica en la que se concibió El ser y la nada de Sartre, que se publicó en 1943, debió estar presente en su visión de la realidad.

Por ello, no es la historia como «hazaña de la libertad» el resultado final de sus indagaciones. La nada, forma suprema de la imposibilidad de hacer la propia historia y claudicación ante la extraña necesidad de deshacerla, se levanta como la muralla final del largo recorrido por la existencia. Una vez más, la filosofía es «la historia hecha conceptos».