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Diferència entre revisions de la pàgina «Agustí d'Hipona: dos amors i dues ciutats»

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Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial. La primera se gloría en sí misma, y la segunda, en Dios, porque aquélla busca la gloria de los hombres, y ésta tiene por máxima gloria a Dios, testigo de su conciencia. Aquélla se engríe en su gloria [...]. En aquélla, sus príncipes y las naciones avasalladas se ven bajo el yugo de la concupiscencia de dominio, y en ésta sirven en mutua caridad, los gobernantes aconsejando y los súbditos obedeciendo. Aquélla ama su propia fuerza en sus potentados, y ésta dice a su Dios: ''A ti he de amarte, Señor, que eres mi fortaleza ''(Sal 17,2). Por eso, en aquélla, sus sabios, que viven según el hombre, no han buscado más que o los bienes del cuerpo, o los del alma, o los de ambos [...]. ''Creyéndose sabios'', es decir, engallados en su propia sabiduría a exigencias de su soberbia,'' se hicieron necios ''[...]. En ésta, en cambio, no hay sabiduría humana, sino piedad, que funda el culto legítimo al Dios verdadero, en espera de un premio en la sociedad de los santos, de hombres y ángeles,'' con el fin de que Dios sea todo en todas las cosas'' (1 Cor. 15,28).
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Revisió del 15:16, 17 set 2016

Text original editat en castellà.


Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial. La primera se gloría en sí misma, y la segunda, en Dios, porque aquélla busca la gloria de los hombres, y ésta tiene por máxima gloria a Dios, testigo de su conciencia. Aquélla se engríe en su gloria [...]. En aquélla, sus príncipes y las naciones avasalladas se ven bajo el yugo de la concupiscencia de dominio, y en ésta sirven en mutua caridad, los gobernantes aconsejando y los súbditos obedeciendo. Aquélla ama su propia fuerza en sus potentados, y ésta dice a su Dios: A ti he de amarte, Señor, que eres mi fortaleza (Sal 17,2). Por eso, en aquélla, sus sabios, que viven según el hombre, no han buscado más que o los bienes del cuerpo, o los del alma, o los de ambos [...]. Creyéndose sabios, es decir, engallados en su propia sabiduría a exigencias de su soberbia, se hicieron necios [...]. En ésta, en cambio, no hay sabiduría humana, sino piedad, que funda el culto legítimo al Dios verdadero, en espera de un premio en la sociedad de los santos, de hombres y ángeles, con el fin de que Dios sea todo en todas las cosas (1 Cor. 15,28).


Text traduït al català (Traducció automàtica pendent de revisió).


Dos amors van fundar, doncs, dues ciutats, a saber: l'amor propi fins al menyspreu de Déu, la terrena, i l'amor de Déu fins al menyspreu de si propi, la celestial. La primera es gloría en si mateixa, i la segona, en Déu, perquè aquella busca la glòria dels homes, i aquesta té per màxima glòria a Déu, testimoni de la seva consciència. Aquella s'engríe en la seva glòria [...]. En aquella, els seus prínceps i les nacions avasalladas es veuen sota el jou de la concupiscència de domini, i en aquesta serveixen en mútua caritat, els governants aconsellant i els súbdits obeint. Aquella estima la seva pròpia força en els seus potentats, i aquesta diu al seu Déu: A tu haig d'estimar-te, Senyor, que ets la meva fortalesa (Sal 17,2). Per això, en aquella, els seus savis, que viuen segons l'home, no han buscat més que o els béns del cos, o els de l'ànima, o els de tots dos [...]. Creient-se savis, és a dir, engallats en la seva pròpia saviesa a exigències de la seva supèrbia, es van fer necis [...]. En aquesta, en canvi, no hi ha saviesa humana, sinó pietat, que funda el culte legítim al Déu veritable, tot esperant un premi en la societat dels sants, d'homes i àngels, amb la finalitat de que Déu sigui tot en totes les coses (1 Cor. 15,28).

La ciutat de Déu, llibre XIV, cap. 28 (en C. Fernández, Els filòsofs medievals, 2 vols., BAC, Madrid 1965, vol. 1, p. 478-479).

Original en castellà

Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial. La primera se gloría en sí misma, y la segunda, en Dios, porque aquélla busca la gloria de los hombres, y ésta tiene por máxima gloria a Dios, testigo de su conciencia. Aquélla se engríe en su gloria [...]. En aquélla, sus príncipes y las naciones avasalladas se ven bajo el yugo de la concupiscencia de dominio, y en ésta sirven en mutua caridad, los gobernantes aconsejando y los súbditos obedeciendo. Aquélla ama su propia fuerza en sus potentados, y ésta dice a su Dios: A ti he de amarte, Señor, que eres mi fortaleza (Sal 17,2). Por eso, en aquélla, sus sabios, que viven según el hombre, no han buscado más que o los bienes del cuerpo, o los del alma, o los de ambos [...]. Creyéndose sabios, es decir, engallados en su propia sabiduría a exigencias de su soberbia, se hicieron necios [...]. En ésta, en cambio, no hay sabiduría humana, sino piedad, que funda el culto legítimo al Dios verdadero, en espera de un premio en la sociedad de los santos, de hombres y ángeles, con el fin de que Dios sea todo en todas las cosas (1 Cor. 15,28).