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Husserl: el món i la fenomenologia/es

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§ 47. El mundo natural como correlato de la conciencia

Partiendo de los resultados del último capítulo hacemos la siguiente consideración. La marcha efectiva de nuestras humanas experiencias es una marcha tal, que fuerza a nuestra razón a ir más allá de las cosas intuitivamente dadas (las de la imaginatio cartesiana) y darles por base una «verdad física». Pero también pudiera ser distinta. No sólo como si la evolución humana nunca nos hubiese llevado más allá del estadio precientífico, ni hubiera de llevarnos jamás, de tal suerte que el mundo físico tuviera sin duda su verdad, pero nosotros no supiéramos nada de ella. Tampoco en el sentido de que el mundo físico fuera distinto del que es o con otros órdenes y leyes de los fácticamente vigentes. Más bien es concebible asimismo que nuestro mundo intuitivo fuese el últimos por «detrás» del cual no hubiera en absoluto otro físico, es decir, que las cosas percibidas careciesen de determinaciones matemáticas, físicas, que los datos de la experiencia excluyesen toda clase de física de la índole de la nuestra. Los complejos de la experiencia serían entonces, justo, correlativa y típicamente distintos de lo que son fácticamente, en la medida en que desaparecerían las motivaciones empíricas que son base de los conceptos y juicios de la física. Pero en conjunto podrían ofrecérsenos dentro del marco de las intuiciones en que se da algo y que comprendemos bajo el rótulo de «simple experiencia» (percepción, recuerdo, etc.) «cosas» lo mismo que ahora, cosas persistentes sin solución de continuidad como unidades intencionales en medio de multiplicidades y apariencias.

Pero también podemos seguir en esta dirección; en el camino de la destrucción de la objetividad de las cosas –como correlato de la conciencia empírica– en el pensamiento, no nos pone obstáculo ningún límite. Aquí hay que observar siempre que lo que las cosas son, las cosas únicas sobre las cuales hacemos proposiciones, sobre cuyo ser o no ser, ser de un modo o ser de otro, y sólo sobre él, disputamos y podemos decirnos racionalmente, lo son en cuanto cosas de la experiencia. Esta, únicamente, es la que les impone su sentido, y como se trata de cosas fácticas, también se trata de la experiencia actual con sus complejos sometidos a un orden determinado. Pero podemos someter las formas de vivencia empírica, y en especial la vivencia fundamental que es la percepción de cosas, a una consideración eidética, viendo en ellas (como patentemente vemos) necesidades y posibilidades esenciales, o persiguiendo eidéticamente las variantes esencialmente posibles de los procesos motivados de la experiencia: el resultado es el correlato de nuestra experiencia fáctica llamado «el mundo real» como caso especial de una multiplicidad de posibles mundos y no mundos, que por su parte no son nada más que correlatos de variantes esencialmente posibles de la idea «conciencia empírica» con sus complejos sometidos a un orden mayor o menor. No se debe dejarse engañar, pues, por la expresión de trascendencia de la cosa frente a la conciencia o «ser en sí» de la cosa. El auténtico concepto de trascendencia de la cosa, que es norma de toda proposición racional sobre la trascendencia, no cabe sacarlo de ninguna otra parte que no sea el contenido actual y propio de la percepción, o bien de los complejos de índole bien determinada que llamamos experiencia comprobatoria. La idea de esta trascendencia es, pues, el correlato eidético de la idea pura de esta experiencia comprobatoria.

Esto es aplicable a toda forma concebible de trascendencia que pueda tratarse como realidad o posibilidad. Jamás es un objeto existente en sí un objeto tal que no le afecte para nada la conciencia y su yo. La cosa es una cosa del mundo circundante, incluso la cosa no vista, incluso la realmente –en sentido estricto– posible, la no experimentada, sino experimentable, o quizá experimentable. La posibilidad de ser experimentada no quiere decir nunca una vacía posibilidad lógica, sino una posibilidad motivada en el orden de la experiencia. Este mismo es de un cabo a otro un orden de motivación que acoge motivaciones siempre nuevas y transforma las ya formadas. Las motivaciones son, según los contenidos que se aperciben o determinan en ellas, muy variadas, más o menos ricas, de límites más precisos o más vagos, según que se trate de cosas ya «conocidas» o «completamente desconocidas» o, todavía «por descubrir», o sea, por respecto a la cosa vista, de lo conocido o todavía desconocido de ella. Se trata exclusivamente de las formas esenciales de semejantes órdenes de cosas, que son susceptibles, en todas sus posibilidades, de una investigación puramente eidética. La esencia entraña que todo lo que existe realiter, pero de que todavía no se tiene una experiencia actual, pueda venir a darse, y que esto quiera decir entonces que se encuentra dentro del horizonte indeterminado, pero determinable, de los actos de mi experiencia, en un momento preciso. Pero este horizonte es el correlato de los componentes indeterminados que son esenciales a la experiencia misma de cosas, y estos componentes dejan abiertas –siempre esencialmente– posibilidades de llenarlos que no son en modo alguno arbitrarias, sino motivadas, trazadas de antemano en su tipo esencial. Toda experiencia actual señala, por encima de sí misma, a posibles experiencias, que a su vez señalan a otras posibles y así in infinitum. Y todo esto se lleva a cabo según formas y reglas esencialmente determinadas o ligadas a tipos a priori.

Toda suposición hipotética de la vida práctica y de la ciencia empírica se refiere a este horizonte cambiante, pero siempre puesto con lo puesto y gracias al cual cobra su sentido esencial la tesis del mundo.