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Ricoeur: l'hermenèutica dels símbols/es

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Es preciso, quizás, haber experimentado la decepción que se asocia a la idea de una filosofía sin supuestos para acceder a la problemática que vamos a evocar. Al contrario de las filosofías del punto de partida, una meditación sobre los símbolos parte plenamente del lenguaje y del sentido que está siempre ahí: parte del medio del lenguaje que ya ha tenido lugar y en el que todo se ha dicho ya de alguna manera; quiere ser el pensamiento, no sin presuposiciones, sino en y con todos sus presupuestos. Para esta meditación, la primera tarea no es la de comenzar, sino que es, en medio de la palabra, recordarse.

Pero oponiendo la problemática del símbolo a la investigación cartesiana y husserliana del punto de partida, ligamos muy estrechamente esta meditación a una etapa muy precisa del discurso filosófico; es preciso, quizás, ir más allá: si tomamos el problema del símbolo ahora, en este período de la historia, es en relación con ciertos rasgos de nuestra «modernidad» y para replicar a esta misma modernidad. El momento histórico de la filosofía del símbolo, es el de su olvido y, a la vez, el de su restauración: olvido de las hierofanías; olvido de los signos de lo sagrado; pérdida del hombre mismo como perteneciente a lo sagrado. Este olvido, lo sabemos, es la contrapartida de la tarea grandiosa de nutrir a los hombres, de satisfacer sus necesidades dominando la naturaleza a través de una técnica planetaria. Y es el oscuro reconocimiento de este olvido el que nos mueve y nos aguijonea hacia la restauración del lenguaje integral. Es en la época misma en que nuestro lenguaje se hace más preciso, más unívoco, en una palabra: más técnico, y más apto para estas formalizaciones integrales, que precisamente se denominan lógica simbólica (más tarde volveremos sobre este sorprendente equívoco del término símbolo), es en esta misma época del discurso que queremos recargar nuestro lenguaje, que queremos recobrar la plenitud del lenguaje. No obstante, a su vez, esto es un regalo de la «modernidad«; pues nosotros mismos, los hombres de la exégesis y de la filología, de la fenomenología, del psicoanálisis y del análisis del lenguaje, somos modernos. De esta manera, es la misma época la que desarrolla la posibilidad de vaciar el lenguaje, la que da la posibilidad de llenarlo de nuevo. [...].

«El símbolo da que pensar»: esta sentencia que me encanta dice dos cosas; el símbolo da; no soy yo quien le pone el sentido, es él quien lo da; pero aquello que da es un dar que pensar, dar un qué pensar. A partir de esta donación o posición, la sentencia sugiere, a la vez, que todo está ya dicho en enigmas y que es preciso volver a comenzar y recomenzar en la dimensión del pensar. Aquello que yo quisiera sorprender y comprender es esta articulación del pensamiento que se da a sí mismo al reino de los símbolos y del pensamiento que se pone y piensa.