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Baumer, F.L. :racionalisme i empirisme/es

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Descartes fue un moderno poco respetuoso con los sistemas filosóficos del pasado, con Aristóteles o la Escolástica, y un protagonista de la ciencia galileana. Con todo, también deseaba orden y claridad, para combatir el resurgimiento del pirronismo o del escepticismo, y acabó encontrando «reglas» y «principios» (títulos de dos de sus más importantes obras) para gobernar, respectivamente, el pensamiento y el universo. De Descartes, y de la entera familia de la filosofía racionalista a que pertenecía, puede decirse que fueron los creadores de un universo «clásico» puesto al día: armonioso, racional, geométrico, en definitiva explicable en términos de las esencias o de la sustancia eternas. Los filósofos racionalistas disputaban acerca del número y de la naturaleza de la sustancia, si, por ejemplo, había dos sustancias, como decía Descartes, o bien sólo una (Spinoza), si la materia o la extensión era una sustancia al igual que la mente, etc. Pero ninguno de ellos dudaba de la existencia de cierta especie de orden esencial al que debieran referirse todo tipo de fenómenos, cosmológicos, psicológicos o sociales. Igual que el clasicismo, por tanto, el racionalismo –o por lo menos las grandes filosofías racionalistas del siglo XVII– estaba a favor de un sistema de cosas intemporal.

Esta intemporalidad no es tan clara en el empirismo, esta otra corriente importante de la filosofía del siglo XVII, o en la tendencia opuesta al clasicismo, el «barroco». Al barroco le complacían las curvas, el movimiento, la tensión, los efectos espaciales expansivos -en una palabra, el dinamismo-, como puede verse en los grandes templos de Bernini y Borromini en Roma. Como hemos visto, tanto el empirismo como su aliada la ciencia experimental eran igualmente dinámicos, por lo menos en lo tocante a su concepción del conocimiento.