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En tercer lugar, propongo que digamos que estamos justificados en creer que ''φ'', si la creencia de que n está vigente en la ciencia de nuestro tiempo, es decir, si n constituye una opinión generalmente compartida por la comunidad científica pertinente. Basta que sepamos que la comunidad de los geólogos acepta la hipótesis de la deriva continental para que estemos justificados en creer que los continentes se desplazan unos respecto a otros. Este criterio sólo puede aplicarse a ideas estudiadas por alguna comunidad científica y respecto a las cuales haya un amplio acuerdo de los especialistas. No puede aplicarse a temas no abarcados por la ciencia de nuestro tiempo o respecto a los que no se haya alcanzado acuerdo. Qué sea una comunidad científica y cuándo pueda considerarse que hay acuerdo en ella son cuestiones que vamos a dejar de lado aquí. Baste con señalar que el acuerdo general de la comunidad científica es algo que puede cambiar y con frecuencia cambia. Esto implica que un sistema racional de creencias no es algo estático, sino que va variando por diversos factores, uno de los cuales son las variaciones o progresos de la ciencia. Así, hoy resulta racional que creamos que el sexo de los infantes sólo depende del padre y no de la madre, pero hace dos siglos esa misma creencia no hubiera sido racional. A la inversa, hace dos siglos hubiera sido racional creer en la validez de las leyes de Newton, pero hoy ya no lo es.
 
En tercer lugar, propongo que digamos que estamos justificados en creer que ''φ'', si la creencia de que n está vigente en la ciencia de nuestro tiempo, es decir, si n constituye una opinión generalmente compartida por la comunidad científica pertinente. Basta que sepamos que la comunidad de los geólogos acepta la hipótesis de la deriva continental para que estemos justificados en creer que los continentes se desplazan unos respecto a otros. Este criterio sólo puede aplicarse a ideas estudiadas por alguna comunidad científica y respecto a las cuales haya un amplio acuerdo de los especialistas. No puede aplicarse a temas no abarcados por la ciencia de nuestro tiempo o respecto a los que no se haya alcanzado acuerdo. Qué sea una comunidad científica y cuándo pueda considerarse que hay acuerdo en ella son cuestiones que vamos a dejar de lado aquí. Baste con señalar que el acuerdo general de la comunidad científica es algo que puede cambiar y con frecuencia cambia. Esto implica que un sistema racional de creencias no es algo estático, sino que va variando por diversos factores, uno de los cuales son las variaciones o progresos de la ciencia. Así, hoy resulta racional que creamos que el sexo de los infantes sólo depende del padre y no de la madre, pero hace dos siglos esa misma creencia no hubiera sido racional. A la inversa, hace dos siglos hubiera sido racional creer en la validez de las leyes de Newton, pero hoy ya no lo es.
  
En cuarto lugar, propongo que digamos que estamos justificados en creer que ''φ'' si hay testimonios fiables de que ''φ''. Así, por ejemplo, podemos decir que estamos justificados en creer que nuestro padre y nuestra madre son los humanes que todos nuestros parientes y conocidos mayores que nosotros identifican como tales, o que realmente una guerra ha estallado en el Oriente Medio, cuando todos los periodistas y agencias de noticias nos informan de ello, o que efectivamente Luis XVI fue guillotinado en 1793, pues así nos lo confirman los diversos testimonios escritos que se conservan de aquella época, etc. De todos modos, hay que reconocer que el concepto de «testimonio fiable» no es un concepto nada preciso. Está claro que muchas veces los testimonios que poseemos de algo no son fiables, sea porque es reducido el número de testigos, sea porque tengamos razones para dudar de su objetividad o de su veracidad, sea porque unos testimonios contradicen a otros, etc. Habría que precisar el concepto lo suficiente como para que la frontera entre testimonios fiables y no fiables quedase claramente trazada. Pero ésta es una tarea que -aunque necesaria para llevar a buen término la empresa que nos hemos propuesto- dejamos aquí en el aire, a fin de no perdernos en las múltiples ramificaciones de nuestro problema.
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En cuarto lugar, propongo que digamos que estamos justificados en creer que ''φ'' si hay testimonios fiables de que ''φ''. Así, por ejemplo, podemos decir que estamos justificados en creer que nuestro padre y nuestra madre son los humanes que todos nuestros parientes y conocidos mayores que nosotros identifican como tales, o que realmente una guerra ha estallado en el Oriente Medio, cuando todos los periodistas y agencias de noticias nos informan de ello, o que efectivamente Luis XVI fue guillotinado en 1793, pues así nos lo confirman los diversos testimonios escritos que se conservan de aquella época, etc. De todos modos, hay que reconocer que el concepto de «testimonio fiable» no es un concepto nada preciso. Está claro que muchas veces los testimonios que poseemos de algo no son fiables, sea porque es reducido el número de testigos, sea porque tengamos razones para dudar de su objetividad o de su veracidad, sea porque unos testimonios contradicen a otros, etc. Habría que precisar el concepto lo suficiente como para que la frontera entre testimonios fiables y no fiables quedase claramente trazada. Pero ésta es una tarea que –aunque necesaria para llevar a buen término la empresa que nos hemos propuesto– dejamos aquí en el aire, a fin de no perdernos en las múltiples ramificaciones de nuestro problema.
  
 
Un punto que todo el mundo aceptará es el de que no es racional creer al mismo tiempo dos ideas contradictorias, sino que en este caso lo racional será dejar de creer la una o la otra, o incluso las dos. Pero parecería demasiado el postular la consistencia de nuestro sistema de creencias como condición de racionalidad, pues con frecuencia no está en nuestra mano determinar la consistencia o contradictoriedad de un conjunto potencialmente infinito de ideas como es el que constituyen las creencias racionales tal como las hemos definido. Lo que podemos y debemos exigir es nuestra disposición a purgar nuestro sistema creencial de contradicciones tan pronto como tengamos conciencia o noticia de ellas. A la hora de renunciar a una de dos creencias contradictorias no derivadas, normalmente consideraremos racional mantener la creencia obtenida por uno de los primeros criterios antes señalados y renunciar a la obtenida por el criterio posterior. Así, tendremos máxima reluctancia a renunciar a la creencia de los enunciados analíticos y renunciaremos con la mayor facilidad a la creencia basada en testimonios fiables. Sin embargo en casos extremos puede no ocurrir eso. Así, si la creencia en algo que hemos comprobado directamente una sola vez se opone a teorías científicas bien establecidas y a múltiples testimonios fiables, más bien habremos de pensar que hemos sufrido una alucinación. De todos modos, en la práctica casi todas nuestras creencias son creencias derivadas, por lo que la situación es todavía mucho más complicada. Aquí queremos retener únicamente la exigencia de rechazar de nuestro sistema de creencias toda contradicción de la que tengamos noticia.
 
Un punto que todo el mundo aceptará es el de que no es racional creer al mismo tiempo dos ideas contradictorias, sino que en este caso lo racional será dejar de creer la una o la otra, o incluso las dos. Pero parecería demasiado el postular la consistencia de nuestro sistema de creencias como condición de racionalidad, pues con frecuencia no está en nuestra mano determinar la consistencia o contradictoriedad de un conjunto potencialmente infinito de ideas como es el que constituyen las creencias racionales tal como las hemos definido. Lo que podemos y debemos exigir es nuestra disposición a purgar nuestro sistema creencial de contradicciones tan pronto como tengamos conciencia o noticia de ellas. A la hora de renunciar a una de dos creencias contradictorias no derivadas, normalmente consideraremos racional mantener la creencia obtenida por uno de los primeros criterios antes señalados y renunciar a la obtenida por el criterio posterior. Así, tendremos máxima reluctancia a renunciar a la creencia de los enunciados analíticos y renunciaremos con la mayor facilidad a la creencia basada en testimonios fiables. Sin embargo en casos extremos puede no ocurrir eso. Así, si la creencia en algo que hemos comprobado directamente una sola vez se opone a teorías científicas bien establecidas y a múltiples testimonios fiables, más bien habremos de pensar que hemos sufrido una alucinación. De todos modos, en la práctica casi todas nuestras creencias son creencias derivadas, por lo que la situación es todavía mucho más complicada. Aquí queremos retener únicamente la exigencia de rechazar de nuestro sistema de creencias toda contradicción de la que tengamos noticia.

Revisió de 15:11, 19 set 2017

Diremos que estamos justificados en creer que φ si ocurre que φ es deducible de otras ideas β, γ, etc., que estamos justificados en creer. A este tipo de justificación podemos llamarla derivada. Pero la justificación derivada no puede ser el único tipo de justificación, pues la cadena de posibles deducciones ha de comenzar en algún punto, a saber, en ideas para las que poseamos suficiente justificación no-derivada.

¿En qué casos diremos que poseemos suficiente justificación (no-derivada) de que φ?

En primer lugar, en el caso de que n sea una idea analítica, es decir, una idea cuya verdad sólo dependa de la estructura gramatical y semántica del lenguaje en que está formulada. Así, por ejemplo, podemos decir que tenemos suficiente evidencia de que mañana lloverá o no lloverá, o de que ningún soltero es casado, o de que todos los triángulos tienen tres lados, o de que el Quijote fue escrito por el autor del Quijote, etc., pues todas estas ideas son analíticas.

En segundo lugar, diremos que estamos justificados en creer que φ si podemos comprobar directa y personalmente que φ. Esto sólo ocurre si n es una idea singular que se refiere a algún hecho concreto directamente observable por nuestros sentidos en el momento presente. Por ejemplo, podemos decir que estamos justificados en creer que tenemos dos manos, que estamos bebiendo una cerveza, que tenemos los zapatos puestos, que la calle está llena de automóviles o que en el cielo hay luna llena.

En tercer lugar, propongo que digamos que estamos justificados en creer que φ, si la creencia de que n está vigente en la ciencia de nuestro tiempo, es decir, si n constituye una opinión generalmente compartida por la comunidad científica pertinente. Basta que sepamos que la comunidad de los geólogos acepta la hipótesis de la deriva continental para que estemos justificados en creer que los continentes se desplazan unos respecto a otros. Este criterio sólo puede aplicarse a ideas estudiadas por alguna comunidad científica y respecto a las cuales haya un amplio acuerdo de los especialistas. No puede aplicarse a temas no abarcados por la ciencia de nuestro tiempo o respecto a los que no se haya alcanzado acuerdo. Qué sea una comunidad científica y cuándo pueda considerarse que hay acuerdo en ella son cuestiones que vamos a dejar de lado aquí. Baste con señalar que el acuerdo general de la comunidad científica es algo que puede cambiar y con frecuencia cambia. Esto implica que un sistema racional de creencias no es algo estático, sino que va variando por diversos factores, uno de los cuales son las variaciones o progresos de la ciencia. Así, hoy resulta racional que creamos que el sexo de los infantes sólo depende del padre y no de la madre, pero hace dos siglos esa misma creencia no hubiera sido racional. A la inversa, hace dos siglos hubiera sido racional creer en la validez de las leyes de Newton, pero hoy ya no lo es.

En cuarto lugar, propongo que digamos que estamos justificados en creer que φ si hay testimonios fiables de que φ. Así, por ejemplo, podemos decir que estamos justificados en creer que nuestro padre y nuestra madre son los humanes que todos nuestros parientes y conocidos mayores que nosotros identifican como tales, o que realmente una guerra ha estallado en el Oriente Medio, cuando todos los periodistas y agencias de noticias nos informan de ello, o que efectivamente Luis XVI fue guillotinado en 1793, pues así nos lo confirman los diversos testimonios escritos que se conservan de aquella época, etc. De todos modos, hay que reconocer que el concepto de «testimonio fiable» no es un concepto nada preciso. Está claro que muchas veces los testimonios que poseemos de algo no son fiables, sea porque es reducido el número de testigos, sea porque tengamos razones para dudar de su objetividad o de su veracidad, sea porque unos testimonios contradicen a otros, etc. Habría que precisar el concepto lo suficiente como para que la frontera entre testimonios fiables y no fiables quedase claramente trazada. Pero ésta es una tarea que –aunque necesaria para llevar a buen término la empresa que nos hemos propuesto– dejamos aquí en el aire, a fin de no perdernos en las múltiples ramificaciones de nuestro problema.

Un punto que todo el mundo aceptará es el de que no es racional creer al mismo tiempo dos ideas contradictorias, sino que en este caso lo racional será dejar de creer la una o la otra, o incluso las dos. Pero parecería demasiado el postular la consistencia de nuestro sistema de creencias como condición de racionalidad, pues con frecuencia no está en nuestra mano determinar la consistencia o contradictoriedad de un conjunto potencialmente infinito de ideas como es el que constituyen las creencias racionales tal como las hemos definido. Lo que podemos y debemos exigir es nuestra disposición a purgar nuestro sistema creencial de contradicciones tan pronto como tengamos conciencia o noticia de ellas. A la hora de renunciar a una de dos creencias contradictorias no derivadas, normalmente consideraremos racional mantener la creencia obtenida por uno de los primeros criterios antes señalados y renunciar a la obtenida por el criterio posterior. Así, tendremos máxima reluctancia a renunciar a la creencia de los enunciados analíticos y renunciaremos con la mayor facilidad a la creencia basada en testimonios fiables. Sin embargo en casos extremos puede no ocurrir eso. Así, si la creencia en algo que hemos comprobado directamente una sola vez se opone a teorías científicas bien establecidas y a múltiples testimonios fiables, más bien habremos de pensar que hemos sufrido una alucinación. De todos modos, en la práctica casi todas nuestras creencias son creencias derivadas, por lo que la situación es todavía mucho más complicada. Aquí queremos retener únicamente la exigencia de rechazar de nuestro sistema de creencias toda contradicción de la que tengamos noticia.

Para resumir, proponemos precisar el concepto de racionalidad creencial del siguiente modo: Un humán determinado x cree racionalmente que φ(donde φ es una idea cualquiera) si y sólo si (1) x cree que φ y (2) x está justificado en creer que φ, es decir, φ es analítico, o x puede comprobar directamente que φ, o φ es una opinión científica vigente en el tiempo de x, o hay testimonios fiables de que φ, o φ es deducible a partir de otras ideas ... β1, ... βn y x está justificado en creer que β1, ... βn (esta cláusula convierte a esta definición en recursiva) y, además, (3) x no es consciente de que φ esté en contradicción con ninguna otra de sus creencias.

Si un individuo cree de hecho todas y sólo las ideas en que le resulta racional creer, o al menos está siempre dispuesto a modificar su sistema de creencias en tal sentido, diremos de él que es racional en sus creencias. Si cree más ideas que las que racionalmente puede creer, diremos que es un dogmático; si cree menos, un escéptico.