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es la expresión matemática de un principio absolutamente general, según el cual no es posible que haya observación física alguna sin que el estado de lo que se observa no quede modificado por el hecho mismo de ser observado. Ciertamente, desde hacía mucho tiempo, los físicos imaginaban que las experiencias que ellos hacían para determinar el estado de una entidad física modificaban en general este estado. Al introducir, por ejemplo, un termómetro se altera ligeramente la temperatura que se quiere medir; al utilizar un potenciómetro para determinar el estado eléctrico de un cuerpo, se perturba necesariamente este estado; y así sucesivamente. Por esto, todos los observadores tomaban toda clase de precauciones destinadas a atenuar las perturbaciones provocadas por los instrumentos de medida. Pero, al llegar de este modo a obtener resultados cada vez más precisos, acabaron por olvidar que en principio es imposible proceder por esta vía hasta el final, eliminando por completo todos los cambios que causa el observador. En particular, los científicos de la época clásica parecen haber olvidado que hasta el simple hecho de ver un objeto físico debe necesariamente entrañar una modificación del estado del objeto percibido. Se sabía, ciertamente, que para ''ver'' un objeto era preciso enviar un haz de luz que se refleje sobre él y retorne hacia el observador, y se sabía igualmente que (según la teoría de Maxwell confirmada por los experimentos de Lébédeft) este haz de luz debía ejercer una presión sobre el objeto iluminado modificando así su estado. Pero se tendía demasiado a subestimar la importancia de este hecho, y nadie antes de Heisenberg había pensado en sacar todas las consecuencias importantes que implica. Esta omisión se explica psicológicamente cuando se piensa que la física clásica trataba con cuerpos macroscópicos, con relación a los cuales las modificaciones provocadas por la luz que se utiliza para observarlos son en realidad negligibles: incluso teniendo en cuenta estas perturbaciones, los teóricos y los experimentadores de la física macroscópica no habrían podido llegar a otros resultados que los que se habían obtenido. Era, pues, natural y legítimo ignorar estas perturbaciones. Pero a escala microscópica la situación ya no es la misma: aquí las perturbaciones en cuestión ya no pueden ser ignoradas. La física atómica tenía, pues, que llegar necesariamente tarde o temprano a tomar conciencia de la verdad innegable, debidamente formulada por Bohr, es decir, a reconocer que la observación modifica lo observado. [...] Pero puesto que la observación provoca necesariamente una modificación del estado observado, modificación cuya naturaleza no se conoce exactamente, en principio es imposible conocer exactamente el estado inicial de la evolución objetiva que se quiere prever. Las previsiones hechas sobre la base del estado inicial observado no corresponden, por tanto, exactamente a la realidad. En consecuencia, no se puede nunca verificar el principio del determinismo causal exacto. Hay que rechazarlo definitivamente del dominio de la física. Así, si los principios fundamentales de la física clásica no permiten afirmar -como lo hace con Heisenberg la física moderna- la existencia de un límite constante finito de la precisión teóricamente posible, por lo menos permiten mostrar que la idea de una observación y, por consiguiente, de una previsión absolutamente exacta y contradictoria es imposible en cuanto idea física.
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es la expresión matemática de un principio absolutamente general, según el cual no es posible que haya observación física alguna sin que el estado de lo que se observa no quede modificado por el hecho mismo de ser observado. Ciertamente, desde hacía mucho tiempo, los físicos imaginaban que las experiencias que ellos hacían para determinar el estado de una entidad física modificaban en general este estado. Al introducir, por ejemplo, un termómetro se altera ligeramente la temperatura que se quiere medir; al utilizar un potenciómetro para determinar el estado eléctrico de un cuerpo, se perturba necesariamente este estado; y así sucesivamente. Por esto, todos los observadores tomaban toda clase de precauciones destinadas a atenuar las perturbaciones provocadas por los instrumentos de medida. Pero, al llegar de este modo a obtener resultados cada vez más precisos, acabaron por olvidar que en principio es imposible proceder por esta vía hasta el final, eliminando por completo todos los cambios que causa el observador. En particular, los científicos de la época clásica parecen haber olvidado que hasta el simple hecho de ver un objeto físico debe necesariamente entrañar una modificación del estado del objeto percibido. Se sabía, ciertamente, que para ''ver'' un objeto era preciso enviar un haz de luz que se refleje sobre él y retorne hacia el observador, y se sabía igualmente que (según la teoría de Maxwell confirmada por los experimentos de Lébédeft) este haz de luz debía ejercer una presión sobre el objeto iluminado modificando así su estado. Pero se tendía demasiado a subestimar la importancia de este hecho, y nadie antes de Heisenberg había pensado en sacar todas las consecuencias importantes que implica. Esta omisión se explica psicológicamente cuando se piensa que la física clásica trataba con cuerpos macroscópicos, con relación a los cuales las modificaciones provocadas por la luz que se utiliza para observarlos son en realidad negligibles: incluso teniendo en cuenta estas perturbaciones, los teóricos y los experimentadores de la física macroscópica no habrían podido llegar a otros resultados que los que se habían obtenido. Era, pues, natural y legítimo ignorar estas perturbaciones. Pero a escala microscópica la situación ya no es la misma: aquí las perturbaciones en cuestión ya no pueden ser ignoradas. La física atómica tenía, pues, que llegar necesariamente tarde o temprano a tomar conciencia de la verdad innegable, debidamente formulada por Bohr, es decir, a reconocer que la observación modifica lo observado. [...] Pero puesto que la observación provoca necesariamente una modificación del estado observado, modificación cuya naturaleza no se conoce exactamente, en principio es imposible conocer exactamente el estado inicial de la evolución objetiva que se quiere prever. Las previsiones hechas sobre la base del estado inicial observado no corresponden, por tanto, exactamente a la realidad. En consecuencia, no se puede nunca verificar el principio del determinismo causal exacto. Hay que rechazarlo definitivamente del dominio de la física. Así, si los principios fundamentales de la física clásica no permiten afirmar –como lo hace con Heisenberg la física moderna– la existencia de un límite constante finito de la precisión teóricamente posible, por lo menos permiten mostrar que la idea de una observación y, por consiguiente, de una previsión absolutamente exacta y contradictoria es imposible en cuanto idea física.

Revisió de 15:12, 19 set 2017

Alexandre Kojeve: el determinismo en la física clásica y en la física moderna

En 1928, Niels Bohr publicó un artículo notable en el que daba una interpretación gnoseológica general de los argumentos de Heisenberg [...].

Según Bohr, la relación de imprecisión de Heisenberg:


es la expresión matemática de un principio absolutamente general, según el cual no es posible que haya observación física alguna sin que el estado de lo que se observa no quede modificado por el hecho mismo de ser observado. Ciertamente, desde hacía mucho tiempo, los físicos imaginaban que las experiencias que ellos hacían para determinar el estado de una entidad física modificaban en general este estado. Al introducir, por ejemplo, un termómetro se altera ligeramente la temperatura que se quiere medir; al utilizar un potenciómetro para determinar el estado eléctrico de un cuerpo, se perturba necesariamente este estado; y así sucesivamente. Por esto, todos los observadores tomaban toda clase de precauciones destinadas a atenuar las perturbaciones provocadas por los instrumentos de medida. Pero, al llegar de este modo a obtener resultados cada vez más precisos, acabaron por olvidar que en principio es imposible proceder por esta vía hasta el final, eliminando por completo todos los cambios que causa el observador. En particular, los científicos de la época clásica parecen haber olvidado que hasta el simple hecho de ver un objeto físico debe necesariamente entrañar una modificación del estado del objeto percibido. Se sabía, ciertamente, que para ver un objeto era preciso enviar un haz de luz que se refleje sobre él y retorne hacia el observador, y se sabía igualmente que (según la teoría de Maxwell confirmada por los experimentos de Lébédeft) este haz de luz debía ejercer una presión sobre el objeto iluminado modificando así su estado. Pero se tendía demasiado a subestimar la importancia de este hecho, y nadie antes de Heisenberg había pensado en sacar todas las consecuencias importantes que implica. Esta omisión se explica psicológicamente cuando se piensa que la física clásica trataba con cuerpos macroscópicos, con relación a los cuales las modificaciones provocadas por la luz que se utiliza para observarlos son en realidad negligibles: incluso teniendo en cuenta estas perturbaciones, los teóricos y los experimentadores de la física macroscópica no habrían podido llegar a otros resultados que los que se habían obtenido. Era, pues, natural y legítimo ignorar estas perturbaciones. Pero a escala microscópica la situación ya no es la misma: aquí las perturbaciones en cuestión ya no pueden ser ignoradas. La física atómica tenía, pues, que llegar necesariamente tarde o temprano a tomar conciencia de la verdad innegable, debidamente formulada por Bohr, es decir, a reconocer que la observación modifica lo observado. [...] Pero puesto que la observación provoca necesariamente una modificación del estado observado, modificación cuya naturaleza no se conoce exactamente, en principio es imposible conocer exactamente el estado inicial de la evolución objetiva que se quiere prever. Las previsiones hechas sobre la base del estado inicial observado no corresponden, por tanto, exactamente a la realidad. En consecuencia, no se puede nunca verificar el principio del determinismo causal exacto. Hay que rechazarlo definitivamente del dominio de la física. Así, si los principios fundamentales de la física clásica no permiten afirmar –como lo hace con Heisenberg la física moderna– la existencia de un límite constante finito de la precisión teóricamente posible, por lo menos permiten mostrar que la idea de una observación y, por consiguiente, de una previsión absolutamente exacta y contradictoria es imposible en cuanto idea física.